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Anduve ayer todo el día con este papelito en el bolsillo. Lo encontré en el suelo, por la mañana, mientras daba un paseo y algo me llevó a quedarme con él. Un trozo de papel rasgado de cualquier manera con unos renglones inestables, seguramente escritos sin haberse podido apoyar el papel en un lugar conveniente. La grafía en algo recuerda a la de una persona mayor, de trazo decidido, no infantil, pero con poca precisión. No es la falta de precisión de una escritura apresurada, al contrario. Pero tampoco me recuerda al estilo de escritura de mis mayores, que es en general más caligráfico. En ésta hay cierta pretensión, quizás involuntaria, de un estilo de imitación de imprenta, en la ausencia de letras enlazadas así como en el estilo de las erres, o en el de las pes. Pienso que puede tratarse de la caligrafía de una persona mayor pero familiarizada con el estudio y la lectura.
Pero, ¿y el texto? ¿No es ingenuo dentro de su sincera y humana intención? Habla de heridos, no de muertos. ¿No es demasiado sencillo como para tener que llevarlo anotado si va uno con la intención de decirlo ante un micrófono, por ejemplo, en una iglesia o algo así?
No pretendo ver un misterio donde no lo hay, pero algo me lleva a guardar el mensaje y a buscarle una explicación, la más sencilla. Ese algo es la sensación de emotividad que me transmite este papelito.
No lejos de donde lo encontré hay efectivamente una iglesia, y ayer fue domingo. Es una modesta iglesia construida hace apenas 5 años en una barriada joven donde suele haber niños que asisten a una especie de misas orientadas a su edad, dentro de su plan de catequesis. Supongo que la nota la ha podido escribir el cura, un señor mayor que en alguna ocasión me ha dejado la impresión de ser una persona respetuosa e inteligente. La habrá escrito, quizás, junto con otras similares, para dársela a algún niño o niña, con la intención de que fuera a ser leída delante de los otros niños en ese momento de las misas en el que se hacen peticiones.
Creo que la emotividad que acompaña a este papel tiene algo que ver con el engaño piadoso de reducir a la palabra «heridos» todo el temor, y ese algo callado y heroico, de querer proteger de la fea verdad a quienes queremos ver felices.
Y entonces me recuerdo de la impresión tan honda que me causó leer de joven aquella novelita —nivoleta— que es San Manuel Bueno Mártir de Miguel de Unamuno, y que tanto tiene que ver con el título de esta entrada, el consejo número dieciséis de los ochenta y tres que George Gurdjieff dió a su hija: si no la tienes, imita la fe.
No sabíamos que fueras grafólogo ¡qué impresionante análisis!
También podíamos citar a Tomas de Kempis «Imitación de Cristo»
No importa si cristo existió, tú imítalo (pero hasta el final, eh!)
Verás ALEJO,
es muy posible que estés totalmente en lo cierto y que efectivamente esa nota sea como tú deduces de un sacerdote, sin embargo, si me lo permites voy a discrepar, sin base alguna… sólo por jugar.
Los sacerdotes suelen tener una caligrafía muy cuidada, exactamente igual que les ocurre a los maestros, por eso pongo en duda que tu enigmática nota sea de un sacerdote. Las letras no están mal escritas por no estar apoyadas, date cuenta que son de muy diferentes tamaños. Sin embargo sí que creo que tienes razón al suponerla de un adulto y no de un niño, porque carece de las faltas de ortografía, que en ellos serían habituales.
Verás, yo me inclino a pensar, que esa nota la escribió alguien anciano con fe, efectivamente se ve además de un sentimiento sincero y tierno, fe.
Verás, yo soy creyente, aun cuando muy poco practicante, pero tengo una madre profundamente creyente, muy practicante y además consecuente, de los que a penas quedan me temo.
Bien, te contaré que mi madre, en ocasiones, cuando reza y quiere que su oración o lo que sea que ruega a Dios, sea más sentido efectivo y hondo, lo escribe, por eso al leer tu entrada he pensado en ella, quizá haya más gente que tenga esa costumbre, hayas encontrado la nota de la oración o ruego de algún ancian@.
Sea como sea, me parece precioso que hayas recogido ese pedazo de papel, si es una oración, llegará a su destino… seguro:-)
A mi también me da mucha envidia la gente que cree, de verdad.
Hace años leí esa novela de Unamuno y sí, en ella, como en muchas otras de él, se nota perfectamente la lucha de una ateo, que quisiera ser creyente.
Gracias ALEJO.
Un abrazo.
Bienvenido Doc, pero no me tome el pelo. Queda claro que el firmante no tiene ni pajolera idea de grafología. En tal caso me habría gustado decir algo a propósito de las curiosas curvas en los extremos del palo central de la letra te. Sólo es un ejercicio de observación, un juego al que me ha llevado esa sensación de lo emotivo.
No he leído «el Kempis» pero desconocía que ese texto contemplase la idea de ir dirigido a quien no tuviera fe, elemento central del que trata aquella novelita de Unamuno, o más aún –por general–, la máxima de G. Gurdjieff, que se refiere a cualquier religión, ya que es muy similar aquello que se considera virtuoso en el cristianismo como en el hinduismo, etc. lo que en definitiva nos llevaría al crecimiento personal, más acá que a una hipotética trascendencia ultraterrena.
María, mantendré el tuteo si me apeas de las mayúsculas, que parece que me estuvieras gritando, y se que no es así. Me ha gustado mucho eso que cuentas de tu madre, la idea de escribir aquello que se desea o se pide en oración. Creo que porque tiene algo de de esos gestos que creemos mágicos, como de querer convertir algo en sagrado. Pero no sigo por ahí para que no parezca éste un blog de magufos y seudociencias. Lo que me interesa es lo poético.
Sin embargo, y mientras no aparezca por aquí alguien con conocimientos fundados de grafología, tu explicación no dice nada de esta grafía con todas esas letras separadas, con su escasez de adornos (apenas en las haches y en la ye), con tantos caracteres de imprenta (la jota mayúscula, las pes, las erres, las eses, las enes…) con esa brevísima virgulilla en su eñe… que no me parece de cualquier persona mayor, sólo de una persona mayor especialmente familiarizada con textos o con los números, y con inteligencia de tipo práctico.
Pero especialmente está eso de no mencionar la palabra muertos, cuando ya han sido miles, y descargar el peso del mensaje sólo a los heridos. No sé si cualquier persona mayor y devota tendría especial reparo en dolerse de los muertos y pedir que no sean más esos muertos. Este detalle, quizá no sea deliberado, pero es el que me conmueve misteriosamente.
Ese Gurdjieff… definitivamente parece que he descubierto por mi cuenta unos cuantos de sus consejos. Con este estoy completamente de acuerdo. También Pascal y Ratzinger lo están.
Voy a imprimirme y leerme con atención los demás, los he encontrado en un blog por ahí ¿Dónde los viste tú?
Ah, y a mi también me ha parecido enternecedor el papelito.
Bienvenido Pseudópodo. Realmente no he leído nada escrito por Gurdjieff (salvo trozos entresacados de algunas entrevistas o recogidos por seguidores de su escuela), sólo cosas aquí y allá que refieren a él y que me han parecido siempre interesantes. Tengo cierta prevención hacia su obra puesto que creo que se requiere cierta iniciación, y aún no me he aproximado lo suficiente. Hay por casa algún libro que aborda el eneagrama, pero desde una perspectiva más moderna, dentro de la psicología, como herramienta de diagnóstico de personalidad, a cierta distancia de lo esotérico.
La lista es fácil de encontrar en muchos lugares, pero lo que hacen todas es reproducir de forma enumerada los 83 consejos que recoge Alejandro Jodorowsky cuando relata su encuentro con la hija de Gurdjieff en su libro «El maestro y las magas». Ahí los encontré por vez primera, donde salen a renglón seguido y sin enumerar. Algunas de las listas que hay por ahí han descartado el último (será cosa del cut&paste) y los han dejado en un total de 82. El que suele faltar es «si estás meditando y aparece un diablo, pon a ese diablo a meditar». O sea que los recoge Jodorowsky no sabemos si de memoria o con cuánta invención. En cualquier caso la lista, que me gusta releer de vez en cuando, me parece que está llena de sabiduría. Hay algunos consejos que podrían sintentizarse en uno sólo, pero no están de más. Otros podrían parecer contradictorios a primera vista, pero no lo son. Curiosamente, hay algunos paralelismos con los veinte mandamientos «montaigneanos» que se pueden ver en éste enlace , lo que simplemente indica que Montaigne habría trabajado su autoconciencia, como ya sabíamos. Me da qué pensar una diferencia que se da entre el 3º de Gurdjieff (haz lo que estás haciendo lo mejor posible) y en 15º de Montaigne (haz bien tu trabajo, pero no demasiado bien), y me quedo con el primero, aunque entiendo el segundo.
Voy a aprovechar para hacerle notar, Don Pseudo, que el 6º de Gurdjieff (trata a cada persona como si fuera un pariente cercano), relacionable con el 9º de Montaigne (sé sociable y vive con los otros), me traen a la memoria una entrada de su blog sobre un tema de Chesterton.
Alejo, le vengo siguiendo desde hace un tiempo, y no me resisto a decirle, hoy que tengo un ratito tranquilo, lo mucho que me gusta tu blog.
No es fácil ir al grano y tocar la fibra del lector, sin herir ni caer en lo esperpéntico, en estos días de crispación que nos ha tocado vivir.
No tengo fe, nunca la tuve. Ahora dicen que es un tema genético, no sé. Tampoco he hallado la forma de imitarla,por eso envidio ese rastro sutil de esperanza que dejan tras de sí tus escritos.
Esperanza perdida…, como decía Sabina, la guardaba en el cajón donde guardo el corazón. Espero volver a encontrarte algún día.
Gracias amigo. Aquí, una admiradora.
Muchas gracias Eva. Espero que me puedas encontrar aquí.
Casi cualquier imitación da buenos resultados si uno está convencido de ello: es sabido que si se imita la risa, uno acaba contento; si se imita el buen humor, uno se pone de buen humor.
Gracias, Alejo, por las explicaciones. La lista que encontré tenía los 83 mandamientos, convenientemente numerados (un número poco sugerente, 83…)
La idea de la imitación me parece interesantísima, y no sólo porque me gustaría tener una fe como la de mi madre (y ya que no tengo una fe así, por lo menos intento vivir como si la tuviera). Creo que hay una sabiduría muy profunda oculta ahí. Nos hemos acostumbrado a ver la causalidad sólo como se ve en las ciencias físicas (las causas eficientes que decía Aristóteles) pero en realidad, en nuestra vida, eso es un modelo muy parcial. Todo está lleno de bucles de realimentación, de modo que la causalidad también circula hacia atrás. De hecho, llevo dando vueltas a esta idea desde hace mucho, por lo menos cuando oí hablar de la grafoterapia: la idea de que esforzarse por hacer una «buena» letra (la letra de una persona psicológicamente sana) te ayuda a sanar.
Pero luego me he ido encontrando la idea en muchos sitios: en C.S Lewis, en William James, en Pascal, en Watzlawick… Tengo la impresión de que es una pieza clave de sabiduría que estaba clara para mucha gente hace tiempo pero que hemos perdido.
Creo que este tipo de recursos con los que contamos tienen que ver con la capacidad de nuestro cerebro para el pensamiento simbólico, y donde mejor funciona es en el plano inconsciente. Nuestro subconsciente entiende las acciones de nuestro cuerpo como órdenes en un plano simbólico. El efecto placebo tiene relación, a mi modo de ver, con lo que estamos hablando: lo que cura no es tanto la fe en que un medicamento concreto cure, como el hecho de que la acción de tomarlo es igual en el placebo que en un medicamento real, y por tanto es un gesto imitativo. Es la acción.
Lo que pasa es que es difícil conciliar esa sabiduría con la forma actual de hacer ciencia. De por qué deba esto ser así tendrá usted una opinión mejor fundamentada que la mía, supongo y espero.