Son 93 días, aproximadamente 3 meses sin venir por aquí. Podría decir que me tomé unas vacaciones que resultaron más largas de lo esperado y que a continuación hubo un exceso de actualidad a mi alrededor, quincemes y cosas así, difíciles de sortear. O, simplemente, que nunca voy con prisa para introducir un contenido nuevo, pienso. Pero como todo conecta, gracias a una entrada en el blog amigo de Montano, entendí la razón. Por aquellos días andaba casualmente yo también leyendo el libro «Relatos» de Thomas Bernhard. Diferente edición que la suya, pues en ésta que tengo en mis manos los relatos escogidos por Miguel Sáenz (el inevitable Miguel Sáenz, gracias a dios) son «La gorra», «¿Es una comedia? ¿Es una tragedia?», «Midland en Stilfs», «Ungenach» «Watten» y «En la linde de los árboles». Lo que me pasó es que las 74 páginas de Watten me han tenido ocupado, secuestrado, de forma muy parecida a lo que contaba Montano a propósito de Helada:

En mi subidón bernhardiano de hace unos años se me quedaron fuera tres libros: Helada, La Calera y Relatos (que recoge «Amras», «Ungenach», «Jugar al watten» y «Andar»). Ha llegado el momento de abordarlos. Helada, que llevo ya por la mitad, en realidad lo empecé muchas veces. Pero me pasaban dos cosas: que la primera página me entusiasmaba y me solía quedar detenido en ella, leyéndola y releyéndola, partiéndome de risa; (…)

Así es, con cada una de las 74 páginas de Watten he resultado atrapado por más de un día, leyendo y releyendo y partiéndome de risa. En casa, en el metro. Cada día he leído a lo sumo dos páginas, un par de veces o tres cada una de las dos, y, siendo la última de ellas la primera del día siguiente. Eso he hecho estos tres meses. En realidad sí que he leído alguna cosa más, pero verdaderamente sólo he leído estas 74 páginas durante estos 93 días. Con un entusiasmo incomprensible para los de mi alrededor, es de suponer. Sin querer parar de masticar, haciendo el esfuerzo de no tragar y seguir así masticando y saboreando en el inútil esfuerzo de hacer durar un placer que para su completa degustación será inevitablemente necesario terminar.

Pero que nadie lo tome como un consejo, lo más seguro es que no les funcione.